Ha saltado la polémica a los medios de comunicación sobre el accidente de rotura de cadera del Rey de España. Se entrecruzan opiniones encontradas sobre los múltiples aspectos y ramificaciones de la noticia: que si no estaba en condiciones de llevar a cabo una actividad tan arriesgada como cazar elefantes, que si con la que está cayendo en el país no está bien tomarse vacaciones reales, que si el Gobierno lo sabía o no lo sabía o cuando lo supo, que si Rajoy ha callado y no ha confirmado….
Para mí el aspecto principal de la noticia es que UN REY NO DEBE CAZAR ELEFANTES, y todo lo demás es secundario o accesorio. Un rey no debe cazar elefantes; en general nadie debe cazar elefantes, pero mucho menos un rey. ¿Por qué?. Porque un rey debe dar ejemplo.
En nuestra recién estrenada educación democrática a todos nos enseñaron en su día que en las monarquías constitucionales el “rey reina pero no gobierna”. En efecto, a los monarcas constitucionales la constitución y los principios democráticos les relegan a una mero papel de representación institucional prestigiada del Estado, pero a pesar de haberles restado todo su protagonismo en el poder, la importancia de la institución, su visibilidad mediática y el incontestable apoyo popular les sitúa en una inmejorable posición para llevar a cabo la acción más importante de un monarca y de una Casa Real: dar ejemplo.
Ese es el principal papel actual de la monarquía, dar ejemplo de vida, de moral, de compromiso, de solidaridad, de honestidad, de valor, de amor; guiar en virtudes a la población cuando ésta no sabe encontrarlas por sí misma, ser un espejo en el que pueda mirarse cualquier ciudadano en busca de un modo de conducta, de un esquema moral o de un ejemplo de actitudes.
Cazar elefantes es una actividad cobarde; te llevan donde está el elefante a abatir, no hay que buscarlo, te dotan de un arma de última generación con mira telescópica de largo alcance y balas de gran penetración, te esconden tras unos arbustos, a la sombra, cómodamente ubicado, apuntas y disparas. ¡Qué divertido!, sin riesgo alguno. Y caen al suelo con estrépito para no levantarse jamás, toneladas de vida, años de sabiduría y memoria, habitantes dignos de su espacio en su tierra y en el planeta, hijos de la madre tierra y hermanos biológicos nuestros.
Y todos esos cazadores que invitaron al rey están satisfechos, se han divertido, jugando a las relaciones de poder, a los negocios e influencias amparadas por este mal llamado deporte, orgullosos de manejar a la perfección sus armas de destrucción masiva de animales en vías de extinción.
El buen ejemplo no tiene precio como arma de progreso y de evolución. Matando elefantes, o al menos intentándolo, el rey de España ha perdido una nueva oportunidad de no hacer lo que no debe hacerse, que, unida a las que han llevado a cabo miembros de su familia, están resultando en un rápido derroche de su activo de prestigio y ascendiente social, que se encuentra ya bastante mermado, y, lo que es más importante, de su capacidad de dar ejemplo.
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