La primera vez que oí esta frase, de forma consciente, fue a
George Bush cuando abandonaba la presidencia de Estados Unidos. Se iba del
cargo “con la conciencia tranquila”, después de haber arrasado Irak, Afganistán
y su propio país con la crisis financiera y la caída de Lehman Brother. Con la conciencia
tranquila.
Una vez que fui consciente de la frase, empecé a oírla con
frecuencia, con demasiada frecuencia por desgracia, a casi todos los políticos corruptos
y sorprendidos en su corrupción: Francisco Camps y su aprendiz Ricardo Costa, Francisco
Correa y Bigotes, los degenerados altos funcionarios de la Junta de Andalucía,
etc, etc, etc,
Hace pocos días la he oído de nuevo, ahora a Carlos Dívar,
el Presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, la
máxima instancia judicial de este país, en relación a las acusaciones contra él
por las reiteradas juergas que se corrió a costa del erario público. El también
tiene “la conciencia tranquila”. No sabemos con seguridad si se marchará pasado
mañana, no lo ha dicho claro, pero si sabemos que su conciencia se marcha
tranquila. Otro más en la larga lista.
A los ciudadanos no nos engaña su conciencia tranquila pero
nos ofende muy seriamente porque, si bien no se ha gastado demasiado dinero
público, en términos absolutos, en términos de integridad y de honradez, ha
dejado a la justicia española por los suelos, y eso es muy grave. ¿En quién
confiar ahora?.
Pero además de ese importante daño, lo peor es que entre
todos han defenestrado a la palabra “conciencia”, la han vaciado de contenido y
la han robado su poder como herramienta para medir y acrecentar la integridad y
el valor moral de las personas que tienen la honradez y la honestidad como una
alta meta individual y colectiva.
Obrar “en conciencia”, actos “de conciencia”, mejoro mis
actos para que no “me remuerda la conciencia”, tengo de verdad “la conciencia
tranquila” son expresiones a las que hay que devolver su significado pleno y
poderoso reivindicando la integridad personal, la honestidad y la impecabilidad
como un altísimo valor de conducta humana necesario para la convivencia
pacífica y feliz de la sociedad humana.
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