Hoy 17 de Mayo se celebra en el mundo el día de Internet
bajo el auspicio de las Naciones Unidas. Se me ocurre que hoy es el día
propicio, por aquello de la celebración, para divulgar un fenómeno que cada vez
me sorprende más. La similitud, más bien la estrecha analogía, entre los
procesos que rodean a la informática, a las redes digitales y, por extensión, a
Internet y los procesos que tienen lugar entre los humanos, tanto a nivel personal
como colectivo. Hay multitud de ejemplos identificados que ilustran estas
analogías (para los griegos antiguos las analogías eran mecanismos válidos de
conocimiento y verdad). Hoy voy a describir una de estas analogías, una de las
más claras: la analogía entre la “nube” de Internet y esa otra “nube” del
capital financiero internacional.
En la “nube” de Internet uno envía sus documentos, archivos,
material informático, etc, a la nube y la nube lo almacena, quién sabe dónde, y
lo cuida, quién sabe cómo, hasta que uno decide recuperarlo, y la nube, obediente,
se lo devuelve. A veces gratuitamente, a veces previo pago o abono a un
servicio de almacenamiento, protección y recuperación de datos, uno duerme
tranquilo sabiendo que sus datos están a buen recaudo en cualquier zulo
subterráneo de Singapur, Oakland o Bangalore, bien protegido contra las
incidencias de este malvado mundo y de las contrariedades de su propio
ordenador, y se mueve tranquilo por el mundo sabiendo que desde cualquier tablet
o smartphone o cibercafé uno puede acceder a su preciado tesoro, su material
informático, cuando y desde donde lo desee.
Eso mientras todo va bien. Porque también los
administradores de esa nube pueden, sin permiso de nadie y en caso de que pinte
en “bastos”: copiar tu información, comerciar con ella sin tu consentimiento,
extorsionar por medios indirectos y, en caso extremo, sea voluntaria o
involuntariamente, negarte el acceso a ella y…se perdió.
2ª.- La “nube”
financiera:
La “nube” financiera es análoga a la nube de Internet, uno
sabe que existe pero no sabe dónde está. Allí, en la nube, reside, cómodamente
instalado y protegido, el capital financiero internacional a salvo de todas las
incidencias de este malvado mundo; por ejemplo, de arbitrariedades impositivas por
parte de cualquier gobierno afectado por el virus de la solidaridad social, a
salvo de cualquier tentativa siniestra de escalado impositivo debido al nefasto
síndrome de la justicia distributiva, saltándose orgulloso esa frase lapidaria de
Benjamín Franklin “todo tiene solución en esta vida menos la muerte y los
impuestos”. Dejémoslo solo en la muerte,
y aún para esta, solo es cuestión de tiempo.
Cuando los voceros y publicistas del pensamiento neoliberal
nos hablaban de la “globalización”, así, en general, a nivel social, como una
idea de futuro, progresista, necesaria e inevitable, en un mundo cada vez más
pequeño y conocido, nos estaban tendiendo una gran trampa; en realidad solo
pensaban en la globalización económica, que se divide en dos partes: la
globalización comercial –que yo pueda vender mi producto en todo el mundo- y la
globalización financiera –que yo pueda mover mi dinero por todo el mundo como
un nómada, sin casa conocida-. Como siempre y como buenos chicos que somos, nos
tragamos el cuento rápido y fácil, y así, los verdaderos capitales levantaron
el campamento que tenían instalado en sus países respectivos y se marcharon a
la nube, todos juntitos, bajo una misma batuta, lejos de supervisores,
controladores, auditores, inspectores, fiscos y demás ralea de los estados.
La nube vuela por todo el globo, libre y sin control. Busca
las oportunidades allí donde se den y desciende rápido para extraer la leche de
todas las tetas posibles a la mayor velocidad. Después se marcha a descansar a
sus paraísos (fiscales) donde todo el mundo la venera y nadie la molesta. La
nube engorda también con los que yo llamo “capitalistas pobres”, esos que
pierden los principios por un interés “un poco más alto” de sus ahorrillos de
toda la vida y caen en manos de, por ejemplo, productos tóxicos de Lehman
Brother, acciones preferentes de CajaMadrid, pufos de bolsa, Afinsas del sello,
pirámides de todo tipo, para ricos y para pobres, etc. Los capitalistas pobres
ingresan su dinero en la ventanilla de un banco, y este se marcha directamente
a la nube, como los datos de internet, y, si todo va bien, vuelve cuando se lo
llama, algo más gordo con sudor ajeno, pero ¿y si las cosas no van bien?. ¿hay
manera de acceder a la nube?, no digo ya de controlarla.
La nube la controlan unos pocos, menos de los que tú te
piensas y aparte de obtener el máximo beneficio posible, eso te suena, tienen
otros objetivos mucho más inconfesables, esto ya te suena menos, que van en tu
contra y en la de todos, con tu propio dinero. La nube no entiende de
democracias, no las necesita, ni le gustan, solo entiende de poder, y lo quiere
todo. No sigas alimentando a la nube, capitalista pobre.
(continuará)
hola Domingo,
ResponderEliminarme parece muy acertada la analogía. Incluso diría que va más allá de una analogía y las dos nubes son la misma cosa. Sin internet y las nuevas tecnologías, la globalización financiera a los niveles que ha llegado, no se puede entender. Una ha propiciado a la otra... quizás se retroalimentan...
Un abrazo
Sara
Hola Sara, en efecto, la tecnología la crea el gran capital y es su primer usuario, se realimentan mutuamente, mientras haya una aspecto libre de internet (insisto, mientras dure ese área libre de internet, que no sé cuanto), no podemos decir estrictamente que sea la misma cosa, dejémoslo en que "la herramienta se parece al amo" o que "el niño ha salido al padre".
ResponderEliminarGracias por compartir.